Todo colombiano quiere una
nación digna, grande y soberana.
Pero qué sucede con ese
deseo cuando gran parte de la población de esta nación, procura alimentar a sus
hijos con un salario pésimo, con unos precios en el mercado, que hacen que
dicho salario no alcance a durar un mes completo, y toque rebuscar la manera de
sobrevivir hasta que llegue el próximo reembolso; qué sucede cuando teniendo un
sistema de salud, se mueren las personas al no ser atendidas a tiempo, o al ser
atendidas mal; qué sucede cuando una élite social, observa esta escena, y se le
hinchan los ojos de una avaricia enferma, y el corazón, de una alienación
propia para el desdén hacia sus mismos hermanos y comete toda clase de
atropellos.
¿Qué sucede entonces?
Pues que el sueño se pierde,
se extravía en un ciclo que pareciera no tener fin. El ciclo de dar la espalda
al objetivo primordial, que es: ser una comunidad tan sinérgica, como lo es
rica, y tener que poner cada día en primer lugar la necesidad de sobrevivir.
La carencia de conciencia
hace que unos, luchen una batalla sin cuartel, y otros se aprovechen de la
situación. Pero en general el problema es de esperanza.
La sociedad colombiana creyó
que su realidad era la miseria; que su realidad era “agarremos lo que podamos
ahora que podemos”; y que no había otra fuera de ésta, o por lo menos, no
alcanzable. Se perdió la esperanza.
Y esto ocurrió hace muchos
años, tal vez desde la época en que el legado español no nos dejó más que
pobreza, económica y mental, y confusión.
Esta élite de la que
hablábamos, cree que sus compromisos están con otro país u otra entidad, una
que le da seguridad a su fortuna, que le da un espació y unos fines en qué
gastar ésa fortuna. Fortuna arrancada de las manos del pueblo colombiano.
Si, tomada de en frente,
porque el mismo accionar de la gente lo ha permitido.
Cada vez que nos sentamos a
mirar por esta curiosa ventanita, llamada TV, al mundo exterior, es decir a
Colombia en su extensión, lastimosamente lo que hacemos es des informarnos.
Los medios nos venden una
agresividad autóctona de nuestra gente; nos venden máscaras de lo que sucede a
niveles políticos, nos venden ideas de prosperidad general, basadas en una
actitud consumista, en una actitud voyerista, simple, superficial y vacía.
¿Cómo es entonces que pretendemos cambiar
nuestra conciencia?
Al creerse la realidad
negativa, Colombia ha encallado bajo un carácter antipático al cambio.
Lo vimos, al haber elegido a
Juan Manuel Santos, después de ocho años con Uribe a la cabeza del país.
Tenemos la soga al cuello,
pero aún respiramos, entonces, ¿cuál es el afán?
Con el paro nacional
agrario, ocurrido hace unos meses, la comunidad demostró estar apenas
levantándose de ese aturdimiento en el que andaba, donde le robaban, le
escupían en la cara, y ni se mosqueaba.
Solo hasta el momento en que
se firmó el tratado de libre comercio, se alteró el “orden”. Solo al ver que
era verdad todo lo que se decía al respecto desde la administración Uribe.
Pero no todo desencadeno
bien. La guardia de la élite arremetió contra los campesinos y los campesinos
arremetieron contra dicha guardia, que solo hacia su trabajo. Y se levantó el
paro, con unas promesas que en realidad no generaban un cambio eficaz.
Nos tienen divididos, no
solo entre policías y civiles, sino también en regiones. Crear esta tensión al
interior procura no darle pie al movimiento de masas, a la construcción
colectiva del pensamiento crítico, al derrocamiento de gobiernos inútiles.
División que debemos
superar, al darnos cuenta de lo valiosa que es la diversidad cultural de
nuestra nación.
Más que la biodiversidad, es la experiencia preciosa y el
conocimiento que se adquieren al compartir con la gente, lo que hace de
Colombia un país rico.
Tradiciones, que nos mueven
por dentro, que nos inspiran, una historia que nos llena de alegría, historia
que nuestros abuelos estarían gustosos de contar, por ejemplo cómo fue lo de la
constituyente del 89, la batalla del puente de Boyacá, etc. O nuestros
compañeros de regiones lejanas nos podrían contar cómo se ve el país desde
allá, si sí es que en verdad somos el país más feliz del mundo, el del
crecimiento económico más rápido. ¿Qué piensan, que viven, que sienten allá?
Sí. Debemos hacernos
responsables de nuestra educación, de la de nuestros hijos; de la de nuestro
pueblo. No seguir como idiotas útiles al servicio de quien sabe quién, siendo
perezosos, individualistas, indisciplinados, incultos y demás.
Pero también, debemos tener
claro que hay gente que simplemente no quiere comenzar a pensar así. Gente que
va en contra de que los demás asuman en sí, con compromiso, su
responsabilidad.
Que prefieren que se siga
mirando al país allá a la distancia, y no aquí cercano, propio.
Debemos saber que el cambio
lo podemos comenzar si en cada uno lo cultivamos, con esmero y sacrificio.
Cada día debemos levantarnos
con el ánimo de saber que es posible, ser parte de un país tan capaz de
sobresalir a nivel mundial, como de amar, y entregar el esfuerzo propio por el
bien ajeno.